domingo, 25 de octubre de 2015

#CRÓNICA 13. #CABONORTE #SOLDEMEDIANOCHE



Después de atravesar los maravillosos paisajes hasta llegar a la Isla de Mageroya y al coqueto pueblo de Honningsvag, al fin, estaba en el hotel. Eran las ocho de la tarde.










Al abrir la puerta de la habitación me encontré con unos enormes ventanales por el que entraba la cálida luz del atardecer. No pude resistirme a sentarme y admirar el hermoso paisaje que estaba frente a mi. El cielo había adquirido los matices propios del atardecer, los reflejos en el agua eran hipnóticos. Permanecía allí el tiempo suficiente como para recordar esos instantes como únicos.



El reloj marcaba la hora de la ducha y la cena. Había que prepararse con ropa de abrigo. A las 10 de la noche, partía hacia el Cabo Norte. Estaba algo cansada, pero muy nerviosa y expectante. En los kilómetros que me separaban del fin de mundo, pude seguir admirando la naturaleza en estado puro. El paisaje era impresionante en cada recodo del camino. Alguna parada corta para poder admirar esa impresionante pintura natural del sol reflejado en las aguas. 






...y ya a lo lejos,  podía verlo... Ese pequeño triángulo que se va a lo lejos y que sobresale, era el Cabo Norte... 


Pasadas las diez y media, ya estaba allí. Me impresionaba la luz, los matices del cielo, el sol filtrándose entre las nubes... Me inquietaba, que con tanta nube, no ver el SOL de MEDIANOCHE. 



Al llegar ví un precioso Audiovisual y recorrí las instalaciones observando con curiosidad, todo lo en ellas se mostraba. Luego, salí al intenso frío que ya a esa hora era el rey del lugar y me dispuse a sentir, sentir...





La impaciencia perseguía cada segundo de mi estancia allí. La espera se hacía inteminable y a ratos, se apoderaba de mí la desilusión. Las nubes parecían querer tener el sol para ellas. El frío arreciaba. El gorro no era ya suficiente, así que la bufanda cubrió también mi cabeza. 

Y la recompensa llegó en forma de este maravilloso haz de luz sobre las frías aguas del Océano Glacial Ártico. En el mismo momento había contemplado la puesta de sol y el amanecer. Las risas, los aplausos por tener la suerte de contemplar algo único y la felicidad de estar allí, nos atrapó. Había sentido que podía tener ese dorado sol, entre mis manos. Permanecí en el lugar un buen rato tratando de retener esa fantástica energía positiva que me reportaba esos momentos. 





Centenares de imágenes para el recuerdo captadas con mi corazón, más que con mi cámara. Casi a la una de la mañana, comencé el regreso al hotel. El paisaje de vuelta estaba envuelto en esa espectacular luz del nuevo día. Reconozco que me sentía secuestrada por ella. 



Pasada la una y media de la madrugada, llegaba al hotel. El cálido edredón reconfortó el frío de mi cuerpo y los bellos sueños de ese larguísimo tercer día de viaje, se adueñó de mi. Día, que no se si recuerdas, había empezado saliendo de Luosto.


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